King Arthur



«Estaba física y emocionalmente agotado, y, sin embargo, le parecía imposible que se pudiese dormir en tan fantásticos aledaños, y más lejos de la Tierra de lo que cualquier hombre lo hubiese jamás estado en toda la Historia. Pero el cómodo lecho y la instintiva sabiduría del cuerpo, conspiraron juntos contra su voluntad.

Tanteó en busca del conmutador de la luz, y la habitación se sumió en la oscuridad. Y en pocos segundos, pasó más allá del alcance de los sueños.

Así, por última vez, David Bowman durmió.»

«"Algunas veces me preguntan cómo me gustaría ser recordado. He tenido una carrera diversa como escritor, explorador submarino y promotor del espacio. De todas ellas, me gustaría ser recordado como escritor", señaló recientemente Arthur C. Clarke, quien falleció a los 90 años, en el Hospital Apollo de Colombo, en Sri Lanka.

Autor del libro que inspiró al director de cine Stanley Kubrick para 2001: Odisea del Espacio, para muchos el filme espacial definitivo, el escritor británico fue hospitalizado en diversas ocasiones por una insuficiencia respiratoria después de su 90 aniversario, en diciembre pasado.

Clarke, que en 1945 previó el desarrollo de las comunicaciones por satélite, escribió más de 90 libros a lo largo de su carrera. Era el más célebre de los extranjeros residentes en Sri Lanka, en donde una academia lleva su nombre. Además de ciencia ficción, Arthur Clarke escribió más de 100 obras científicas y filosóficas en las que trató de determinar el lugar del hombre en el Universo. Nacido el 16 de diciembre de 1917 en Minehead, Inglaterra, fue desde niño un aficionado a la astronomía y en 1949 el apartamento en que vivía en Londres se convirtió en el cuartel central de la Sociedad Interplanetaria Británica de la cual fue su presidente.

Su influencia no solo alcanzó la excelencia literaria, pues muchas de sus obras científicas introdujeron diversos conceptos que ahora son moneda de curso normal en el mundo de la tecnología.»

(Fuente: Milenio)

«Estaba retrocediendo en los pasillos del tiempo, siéndole extraídos conocimiento y experiencia a medida que iba de nuevo a su infancia. Más nada se perdía; todo cuanto había sido, en cada momento de su vida, estaba siendo transferido a más seguro recaudo. Aún cuando un David Bowman dejara de existir, otro se hacía inmortal.

Más rápido, cada vez más rápido, fue retrotrayéndose a los años olvidados, y a un mundo más simple. Rostros que una vez amara, y que había creído perdidos para el recuerdo, le sonreían dulcemente. Sonrió a su vez con cariño, y sin dolor.

Ahora, por fin, estaba cesando la precipitada regresión; las fuentes de la memoria estaban casi secas. El tiempo fluía cada vez más perezosamente, aproximándose a un momento de éxtasis... como un ondulante péndulo, en el límite de su arco, helado durante un instante eterno, antes de que comience el siguiente ciclo.

El intemporal instante pasó; el péndulo invirtió su oscilación. En una habitación vacía, flotando en medio de los incendios de una estrella doble a veinte mil años-luz de la Tierra, una criatura abrió sus ojos y comenzó a llorar.»

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